Verdaderamente somos la cúspide de la civilización mundial y si algún pobre nó se lo cree, que mire qómo lo llenamos todo de térmicas, nucleares, eólicas e hidroeléctricas, así que luego es imposible cagar en el monte sin que te dé un aspa gigante en el culo. Pero todo consumidor de bien sabe que son necesarias tantas centrales para dar electricidad renovable a los hospitales, escuelas, residencias de ancianos... que sí, que sí, para tener las luces de los escaparates encendidas toda la noche, para tener los carteles más luminosos de la calle, para poner pizarras y cuadernos electrónicos modernísimos en los colegios, para mantener la flota de lavavajillas, televisores y aires acondicionados de un piso de 63 metros cuadrados. En el estado del derecho al consumo medimos el bienestar en kilowatios hora, pero nos conformamos con poco, ¿qué es un kilowatio? ¡Mi felicidad se merece gigawatios!, quiero freir salchichas de goma a la máxima potencia. En un futuro más avanzado puede que instalemos focos de 8.000 watios apuntando al cielo, para verlo mejor. O mejor, proyectaremos en el cielo consignas publicitarias, eso sí que sería progreso, ya lo estoy viendo:
"Beba agua mineral del ebro, (llene su cabeza de mierda)".
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